En una población a las afueras se encontraba un rancho en el que vivía un matrimonio que tenía muchos caballos. La mujer estaba embarazada y, una vez que dio a luz, los médicos les dieron una malísima noticia. Su hijo había nacido con un problema, pues cuando fuera mayor probablemente no podría andar bien.
El matrimonio muy apenado aceptó las condiciones y se marcharon junto a su hijo al rancho donde vivían.
Con el paso de los años y conforme el hijo fue creciendo, le gustaba ver en la televisión las grandes carreras de caballos, además, la mayoría de sus amigos contaban con su propio caballo. El joven continuamente pasaba mucha envidia, pero como él tenía esa mal formación sus padres nunca le habían ofrecido uno.
Tras varios días pensándolo, el joven les dijo a sus padres:
- ¡Por favor, aunque yo no pueda andar como los demás, dejadme tener un caballo e intentar subir a él!
Sus padres pensaron que estaba loco y mostraron mucho miedo por si se llegaba a caer. No obstante, el hijo no paraba de insistir, pues tenía mucha ilusión por tener su propio caballo y poder superarse a sí mismo.
Finalmente, los padres decidieron que quizás sería buena idea dejarle un potrillo para que lo cuidase y luego, más adelante, intentarían montarlo.
Cuando se lo dijeron al joven a él le pareció una fantástica idea. Así, una vez que una de las yeguas parió le entregaron el potrillo a su hijo y confiaron en que pudiese cuidarlo bien.
Conforme iban pasando los días el potrillo estaba cuidado de una forma muy especial y, poco a poco, comenzó a ser un buen caballo. A medida que el potrillo iba creciendo, los padres iban teniendo más miedo porque pensaban que su hijo les pediría poder montarlo. Sin embargo, una vez que el hijo mostró su interés los padres se negaron rotundamente.
Un día soleado que los padres se fueron a una fiesta al rancho vecino el hijo pensó que sería un buen momento para subirse al caballo, a pesar de estar expuesto a caerse.
Intentó subir de varias maneras y con mucha dificultad, costándole bastante. Finalmente las ganas le permitieron llegar a conseguirlo y una vez subido se puso a pasear por todo el campo. Sin embargo, ahora le quedaba lo peor: regresar hasta donde él vivía.
Pensaba que debía llegar antes que sus padres, porque si no le esperaría una buena, aunque él estaba demasiado feliz e ilusionado por haber conseguido su gran sueño.
¿Qué pasó?
Que cuando sus padres llegaron al rancho, el joven y el caballo aún no habían regresado. Se pusieron a buscarlo y, finalmente, pudieron ver a lo lejos al hijo galopando.
Sus padres le dijeron:
- ¿No te teníamos dicho que no se te ocurriese montar en ningún caballo?
Y el chico les contestó: - Sí, lleváis toda la razón, pero tenía que probar para saber si estaba capacitado.
A los padres se les notaba en la cara la gran ilusión por ver a su hijo conseguir lo que se había propuesto, y le dijeron que a partir de ahora se subiera al caballo siempre que estuviera alguien presente, por si ocurría cualquier incidente.
Así fue como este joven comenzó a recuperarse, gracias a todo lo que este caballo le había aportado.
Esto fue una alegría enorme para los padres y, sobre todo, para el hijo que un día mostró el valor para poder subirse en el caballo que él mismo había cuidado con tanto mimo. Lo que para los médicos parecía imposible, gracias a la valentía, las ganas y el esfuerzo de este joven, pudo llegar a conseguirlo.
REFLEXIÓN:
A pesar de las circunstancias adversas que nos toque vivir las ganas y el esfuerzo hacen mucho.
Ser constantes y valientes para, poco a poco, ir consiguiendo las grandes metas que nos propongamos.
FIN