Un día que un joven iba paseando por el bosque al mirar hacia el suelo vio que algo relucía. Se agachó y, finalmente, comprobó que era una moneda de oro, la recogió y se quedó muy sorprendido porque no era muy normal encontrar monedas en el bosque.
Una vez que la tenía en la mano, lo primero que pensó fue ir a enseñársela a sus padres. Sin embargo, los padres no salían de su asombro y no paraban de preguntarle que de dónde la había sacado. El hijo les contó que se la había encontrado mientras paseaba por el bosque, pero los padres pensaban que les estaba mintiendo.
El hijo se sentía triste porque él nunca mentía y no le gustaba que sus padres dudasen de él.
Al día siguiente y como cada mañana, el joven volvió a dar un paseo y, sorprendentemente, volvió a casa con otra moneda de oro. Sus padres pensaron que les estaba tomando por tontos y el hijo los animó a que fueran con él hasta el lugar donde se las encontraba.
La mañana siguiente pusieron rumbo al bosque los tres y allí se encontraron a un pobre hortelano tirado en el suelo. Le preguntaron qué le ocurría y este les respondió:
- Llevo varios días pasando por este bosque y justo en esta zona siempre pierdo una moneda de oro, ¡yo creo que este lugar está maldito!
Los padres le hicieron ver a su hijo que las monedas no estaban allí por casualidad, sino que pertenecían a alguien. El hijo no se lo pensó y se las devolvió inmediatamente.
Una vez que volvieron a casa estaban muy contentos, ya que consideraban que el hortelano había podido recuperar su dinero.
No obstante, los padres pidieron disculpas a su hijo por haber dudado de él, pero el joven le quito importancia y les dijo que era lógico porque la gente, por lo general, no se va encontrando monedas de oro en un bosque.
REFLEXIÓN:
No es bueno subestimar a las personas por mucho que lo que hagan te parezca imposible. A veces la suerte nos acompaña y las cosas poco frecuentes también pueden ocurrir.
FIN