Esta historia comienza con un grupo de jóvenes en el que uno de ellos destacaba porque le gustaban mucho las historias de piratas. Sin embargo, sus amigos se burlaban de él porque únicamente leía libros relacionados con esto.
Un día, el bibliotecario del pueblo observó el gran interés que tenía el chico por leer libros sobre piratas, incluso hasta le había pedido sacara alguno más. El bibliotecario sin saber muy bien cómo decírselo, le dijo que ya se había leído todos y que no quedaban más de esta temática en la biblioteca. Sin embargo, lo pensó mejor y recordó que había una habitación escondida en la que guardaban libros muy antiguos.
El bibliotecario sacó un libro de piratas un poco deteriorado por el paso de los años y le dijo al joven que era muy importante que nadie supiese de su existencia. El joven le dio su palabra y comenzó a leerlo con mucha ilusión.
Conforme iba leyendo, se iba dando cuenta de que dentro de ese libro se escondía el lugar donde se encontraba un gran tesoro, pero él aún no era mayor de edad y no podría viajar para encontrarlo. Así que decidió apuntar la ubicación en un papel y, pasados unos años, regresar a por él.
Pasaron varios años hasta que alcanzó la mayoría de edad para poder ir en busca del tesoro. Antes de marcharse, volvió a la biblioteca para poder recoger aquellas anotaciones que un día escribió en una hoja sobre la ubicación del tesoro. Sin embargo, el folio estaba muy deteriorado y tuvo que volver a consultar el libro escondido.
Finalmente, el joven encontró lo que buscaba y partió en una embarcación para ir en busca del tesoro. Sus padres y amigos lo tomaron por loco, no se podían creer lo que estaba haciendo. Pero a él eso no le importó y se marchó en busca de esta recompensa.
Cuando llegó a la isla, comenzó a buscar su objetivo. Tras mucho esfuerzo logró ubicarlo y desenterrarlo. ¡Estaba contentísimo! Se sentía muy orgulloso por lo que había logrado y porque ahora, ¡sí que podría demostrarles a todos que llevaba razón!
No obstante, subir el tesoro a la embarcación fue una tarea complicada, ya que era muy pesado. Pensó y pensó la manera de hacerlo y finalmente, decidió ponerle unas cadenas y tirar con mucha fuerza para poder subirlo. Él gozaba de un físico fuerte y robusto, así que consiguió subirlo al barco y volver a su lugar de origen.
Cuando sus amigos lo vieron llegar comenzaron las burlas:
- ¿Te echamos una mano para poder bajar todo lo que traes? - dijeron riéndose.
El joven los miró muy serio y les dijo:
- Con una mano solo no podremos… ¡Necesito como 6 ó 7!
Una vez que los chicos subieron al barco y vieron aquel valioso tesoro que traía desde esa isla, se dieron cuenta de lo injustos que habían sido con él y de que, verdaderamente había conseguido lo que se proponía. Jamás volvieron a subestimarlo.
REFLEXIÓN:
“Nunca debemos reírnos de los gustos y metas de los demás porque nos pueden dar una gran lección”
FIN